Hace algunos años, el sociólogo e investigador del Conicet Pablo Alabarces analizó el fenómeno de la cumbia villera junta a su colega Malvina Silba. La investigación se tituló Las manos de todos los negros, arriba: Género, etnia y clase en la cumbia argentina y, ahora, el académico revisa este fenómeno con Clarín.
–Ustedes explican que “el estudio de la cumbia pone en juego a la vez problemas de clase, género y etnicidad, posiblemente como ningún otro producto cultural en la Argentina contemporánea”. ¿Por qué todos esos problemas confluyen precisamente en este género?
–Justamente, por esa presunta condición de “música de negros”: es decir, la intersección de la discusión de clase y etnia en la Argentina. Aunque, digámoslo, lo mismo ocurre con el cuarteto. A la vez, son lugares donde la cuestión del sexismo permite la pregunta por el género. En realidad, todos los géneros permiten las mismas preguntas, pero la mayoría responde con la ausencia o con el escamoteo: el pop teen, por ejemplo, es desmesuradamente blanco y de clases medias, por lo que preguntar por etnia y clase sólo respondería con el silencio…
–¿Siempre es posible asociar cada género popular de música a determinados sectores o clases sociales?
–No. Nunca es posible. Los consumos culturales son mucho más complejos que una asignación estricta de clase, incluso la cumbia (recordemos a Macri bailando a Gilda en el balcón de la Casa Rosada). Y la música es uno de los consumos más plurales. Para no hablar de las transformaciones: el jazz, música popular de esclavos negros, que se vuelve música culta de elites blancas…
–¿Cómo se explican los momentos en los que determinado género asociado con sectores de menos recursos son apropiados por clases más acomodadas?
–Se explican por la circularidad cultural; todo se mueve, todo se va transformando (vuelvo al jazz). La plebeyización es un fenómeno muy particular (global) derivado de los 90 neoliberales, y acentuado por el populismo extendido argentino. Pero eso merecería mucha más explicación.
–Así como el tango se apropió del lunfardo y lo proyectó masivamente, ¿hay otros ejemplos de géneros populares que se hayan asociado a determinados usos del lenguaje?
–Todos los géneros arman sus lenguajes. Pensemos en la balada romántica de los 60 en adelante y el uso del tú para expandirse latinoamericanamente, o en el sistema de metáforas derivado del bolero; o en la elipsis rockera durante la dictadura; o en el cripticismo ricotero; o en el gauchismo folklórico. Un género es, además de ciertas pautas sonoras (ritmos, tímbircas), una retórica.
–Hace unas semanas alguien le preguntó a Pablo Lescano qué significaba la frase “ATR perro cumbia cajeteala piola gato”. ¿Qué rol cumplen esas palabras que vienen de orígenes muy diversos a componer algo así como el vocabulario de la cumbia?
–Todas las clases y grupos sociales (lo ha estudiado largamente la sociolingüística) arman sociolectos y cronolectos para afirmar distinciones: somos esto, y esto es también lo que hablamos. El tema es el punto de vista: desde acá (clases medias blancas hegemónicas y dueñas de los recursos de circulación del lenguaje instaurado como legítimo, es decir, desde el poder) la frase de Pablo suena distante. Desde allá (clases populares marginadas, conscientes de su condición plebeya), esa frase es lengua cotidiana.