En la inolvidable campaña de 1983 Raúl Alfonsín -quién sería electo Presidente- denunciaba que la Comisión Trilateral era uno de los intentos de las plutocracias para limitar a los poderes democráticos. En el acto de cierre celebrado en el Obelisco porteño ante más de un millón de ciudadanos, Alfonsín ya manifestaba que: “muy recientemente las “garras del imperialismo” se habían clavado en Granada”. ¿Ha cambiado mucho este panorama en las cuatro décadas transcurridas desde aquel acto?
La respuesta es afirmativa. Hoy las herramientas culturales y políticas del neoliberalismo –o neoconservadurismo como lo denominaba Alfonsín- son más sofisticadas, eficientes e innovadoras y, por consiguiente, esos poderes plutocráticos son infinitamente más poderosos. El avance de las derechas extremas en todo el mundo es un claro ejemplo de esto. Recodemos dos ejemplos recientes y cercanos: en los Estados Unidos se produjo la toma del Capitolio por insurgentes reaccionarios alentados por la denuncia de fraude electoral hecha por el derrotado Donald Trump, y en Brasil se dio el intento de toma del Congreso Nacional, el Palacio del Planalto –sede del gobierno nacional- y la Corte Suprema del Brasil por parte de partidarios de Jair Bolsonaro con el objetivo de derrocar al Presidente Ignacio Lula Da Silva, a una semana de su asunción. Por otro lado, en Europa abundan las representaciones políticas neonazis/neofascistas en países donde históricamente gobernaba la socialdemocracia. Este proceso de derechización extrema exhibe una singularidad inédita: por una parte, pregonan su sometimiento al sistema democrático adoptando un engañoso comportamiento formal y, por la otra, practican acciones de violencia inusitada, precedidas de oratorias encendidas que las alimentan. En nuestro país, las actitudes del candidato Javier Milei o las marchas antivacunas impulsadas por Juntos por el Cambio durante la pandemia son una cabal muestra de esa singular bipolaridad de la derecha actual.
El nacimiento de la Unión Cívica Radical tuvo las mismas causas éticas que hoy nos obligan a recuperarla 133 años después. En aquella época, Argentina crecía económicamente bajo el influjo de las ideas conservadoras de los gobiernos de Julio Roca y Miguel Juárez Celman. Las oligarquías se enriquecían y los europeos venían a Buenos Aires a duplicar o triplicar sus fortunas para, luego, regresar a sus tierras con el fruto del trabajo argentino. La situación se repitió durante los sucesivos gobiernos conservadores, y luego neoliberales, que nos esquilmaron. La deuda externa argentina creció deliberadamente durante tres gobiernos: el de la dictadura cívico-militar genocida (1976-1983), la década menemista (1989-1999) y, por último, el período de cuatro años del gobierno de Cambiemos (2015-2019). El problema fue que durante este último, en la coalición electoral, estaba la UCR. La alianza no fue de gobierno porque, a los pocos días de la Convención de Gualeguaychú, el futuro presidente Mauricio Macri dijo que el PRO iba a gobernar solo. ¡Ningún dirigente radical le salió al cruce!
Tampoco la dirigencia partidaria se expresó cuando se intentó designar por decreto a dos jueces de la Corte Suprema de Justicia de la Nación ni cuando se contrajo el mayor préstamo con el FMI de toda su historia.
Fue el Presidente Hipólito Yrigoyen el mentor no solo del Estado de Bienestar sino también del movimientismo político en nuestro país. Y lo hizo con muy poco sustento teórico. Solo había algunos intentos del solidarismo francés y algunos avances en lo que hoy es Alemania; más algunas ideas del krausista uruguayo José Batlle y Ordoñez que cruzaron el Río de la Plata. Es decir que la idea que el Estado tenía que intervenir en la economía era muy primitiva todavía. Para la consolidación del Estado de Bienestar en Occidente habría que esperar al fin de la Segunda Guerra Mundial. Por ende, el talento político de Yrigoyen, que sustentaba su práctica en las lecturas de Mariano Fragueiro –primer ministro de hacienda de Urquiza- y las enseñanzas de tal vez el primer economista radical Aristóbulo Del Valle, lo condujo a servir a su Pueblo. Cuando el Peludo dejó el gobierno en 1922, un obrero ganaba un salario en moneda constante un 85% superior al día que había asumido.
Si se hubiese tenido paciencia, conducta, honradez y respeto por nuestra doctrina hoy la UCR sería una opción real de poder para llegar al gobierno nacional.
Hoy la Argentina requiere de sacrificios y corajes. El que quiere seguir viviendo en la “zona de confort” que se corra. Yrigoyen, Sabattini, Lebensohn, Larralde, Illia y Alfonsín no pensaban en esa comodidad prebendaria.
La opción es volver a movimientos nacionales y populares. El primero lo condujo Hipólito Yrigoyen, el segundo el general Perón. El Pueblo argentino requiere de un tercer movimiento que reivindique su vocación nacional y popular, y la concreción de la tan ansiada democracia social, que ya habían iniciado Illia y Alfonsín y no pudieron concretar. Para tal propósito hay que volver a leerlo a Don Hipólito cuando intuyó que con el transcurso de los tiempos podría ocurrir una desviación doctrinaria: “Si la UCR cayera en el error de confundirse con el medio imperante, tendría que convocarse nuevamente a la voluntad nacional porque habría falseado su misión histórica y perdido su carácter político. Sería menester condensar nuevas fuerzas para continuar la lucha cada vez más dificultosa, porque a los males previstos y conocidos se habría agregado esta tremenda apostasía a su fe. Y no hay drama más siniestro que la pérdida de la fe de un Pueblo”.
No es momento de perezas, ni de dudas dialécticas sino es tiempo del “romperse” de Alem, la “Reparación yrigoyenista”, y nuestros muertos ilustres y los anónimos, víctimas de la restauración conservadora de los años 30 y de los años 70. La irrenunciable vocación democrática de Illia y la ética de la solidaridad de Alfonsín son las que nos llaman conmovedoramente y que, en última instancia, nos convocan y nos conducen a través de ese hilo de plata que ata a los padres fundadores de la UCR con el último radical que se incorpore. Porque cómo decía otro enorme pensador como lo fue Moisés Lebensohn: “con la doctrina se nos comprenderá, con la conducta se nos creerá”.
Un gobierno de unidad nacional es la única opción democrática por la que puede optar la ciudadanía en esta coyuntura electoral. Es por eso que apoyamos a Sergio Massa en la Nación y a Leandro Santoro en la Ciudad.
¡Pensamiento y acción radicales! Tal vez sea nuestra última oportunidad histórica.
¡Manos a la obra!